Desde hace tiempo se sabe que la obesidad, una de las peores epidemias que afrontan los países ricos, también agrava el riesgo de sufrir alzhéimer. Poder detener esta retroalimentación tan negativa puede salvar millones de vidas en las próximas décadas. Y el caso es que cualquier persona tiene en su mano poder retrasar la llegada de la dolencia.
Un estudio publicado hoy aporta ese mismo mensaje resaltando que atrasar la edad a la que llega el alzhéimer unos dos años reduciría su prevalencia en casi 23 millones de personas en 2050. El trabajo se desprende de un estudio sobre envejecimiento realizado en Baltimore, EE UU, y en el que se ha seguido a 1.394 voluntarios durante una media de tiempo de 14 años, aunque algunos de ellos han estado bajo observación hasta 35 años. De todo este grupo, 142 participantes desarrollaron alzhéimer. La principal conclusión del estudio es que cuanto más sobrepeso, más se adelanta la edad a la que una persona puede sufrir alzhéimer. En concreto, el trabajo muestra que a los 50 años de edad, cada unidad que el Índice de Masa Corporal supere el límite del sobrepeso, fijado en 25 (ver despiece), adelanta la edad de diagnóstico del alzhéimer 6,7 meses. El estudio también confirma que a peso más excesivo, más severa se hace la neuropatología de esta enfermedad.
Los autores del trabajo, liderado por expertos del Instituto Nacional del Envejecimiento de EE UU, usan sus datos para hacer una llamada de atención, ya que las personas de mediana edad que controlen su peso pueden conseguir un impacto en su salud a largo plazo. El sobrepeso, dicen, “es un factor de riesgo que puede ser fácilmente medido en casa y deja abierto un largo intervalo de tiempo en el que cambiar de estilo de vida puede retrasar la llegada del alzhéimer”, escriben en el estudio, publicado en Molecular Psychiatry. “Estos resultados muestran que intervenciones poco costosas contra el sobrepeso y la obesidad en la edad madura pueden alterar de forma sustancial el desarrollo del alzhéimer, reduciendo su impacto en la salud pública y los costes sanitarios”, concluyen.
Alberto Villarejo, neurólogo del Hospital 12 de Octubre de Madrid y vocal del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología, aporta una opinión independiente sobre el trabajo. “El mensaje general detrás de este y muchos otros estudios es que todos los hábitos relacionados con la buena salud también protegen contra la demencia y el alzhémier”, explica. “La hipertensión, la diabetes, la vida sedentaria, todos dañan el cerebro”, resume.
Villarejo cree que los datos de este nuevo estudio deben ser interpretados con cautela. El Estudio Longitudinal del Envejecimiento de Baltimore, del que se desprenden los datos, es un trabajo que ha seguido durante décadas la salud de voluntarios. “ Se trata de un estudio fantástico, pero con una limitación, ya que, en general, las personas que se ofrecen para participar en un trabajo así suelen estar de por sí preocupadas por su salud, lo que ya introduce un sesgo en los resultados”, explica Villarejo. “En su mayoría se trata de personas blancas con alto nivel de estudios, lo que puede ser no representativo de todo un país ni extrapolable a otras naciones desarrolladas”, advierte. El experto también echa de menos que no haya datos de personas con índices de masa corporal debajo de lo considerado saludable, un problema que también se ha relacionado con un mayor riesgo de sufrir alzhéimer, señala.