Esta relación se desprende en un estudio publicado por la revista “Journal of Neuroscience”, el cual explica el vínculo existente entre traumatismos cerebrales (golpes en la cabeza) y el mayor riesgo de padecer enfermedades neurodegenerativas. Los científicos llevan mucho tiempo investigando esta relación. Un claro ejemplo de ello es la Dementia pugilistica (Demencia Pugilística, o DP), una enfermedad que afecta a boxeadores amateurs y profesionales. Otra prueba de esta relación es una investigación de la facultad de medicina de la Universidad Tufts (Boston, EE.UU.) en el que se deduce que es suficiente un único episodio de traumatismo cerebral moderado o grave para alterar algunas de las proteínas que regulan una enzima (BACE1), que controla la producción de proteínas beta amiloides, asociadas a la enfermedad de Alzheimer.
Los expertos llevan años investigando la relación entre traumatismos cerebrales, golpes en la cabeza y enfermedades neurodegenerativas. Un claro ejemplo de esta asociación sería la Dementia pugilistica (Demencia Pugilística, o DP), identificada por primera vez a finales de los años veinte del siglo pasado: es una enfermedad que afecta a boxeadores amateurs y profesionales. Sus síntomas son muy parecidos a los del Párkinson: desorientación, dificultad en el habla, temblores incontrolables, etc. Diversos estudios han asociado traumatismos cerebrales a varios tipos de enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson o el Alzheimer, pero se desconoce exactamente qué mecanismo desencadenaría la enfermedad. Un artículo publicado esta semana en la revista científica Journal of Neuroscience vendría a dar algunas respuestas a esta cuestión.
Un estudio de investigadores de la facultad de medicina de la Universidad Tufts (Boston, EE.UU.) afirma que basta un único traumatismo cerebral moderado o grave para alterar las proteínas que regulan una enzima (BACE1), la cual controla la producción de proteínas asociadas a la enfermedad de Alzheimer (proteínas beta-amiloides). El artículo identifica el mecanismo concreto que desencadenaría un aumento de la enzima BACE1 en el cerebro. Por tanto, un traumatismo cerebral moderado o grave sería uno de los principales factores externos que pueden causar Alzheimer, al provocar una disfunción de la regulación de la enzima BACE1. El aumento de la producción de esta enzima provoca niveles elevados de la proteína Beta-amiloide, el componente clave de las placas cerebrales asociadas a diversos tipos de demencia senil, en especial del Alzheimer. La mayoría de traumatismos craneoencefálicos suelen ser causados por caídas graves o accidentes de tráfico con pérdida de conciencia. Aproximadamente un 25% de los traumatismos cerebrales serían moderados o graves; el resto serían leves (conmociones).
Para confirmar investigaciones anteriores, los investigadores desarrollaron un modelo animal para determinar hasta qué punto un único episodio de traumatismo cerebral afecta al cerebro. Durante la fase aguda (durante los dos primeros días después del traumatismo) se observó como los niveles de proteínas de tráfico intracelular GGA1 y GGA3 se reducían, mientras que aumentaba el nivel de la enzima BACE1. A continuación, los investigadores analizaron muestras post-mortem de cerebros de pacientes de Alzheimer. Las muestras tenían niveles reducidos de GGA1 y GGA3 y niveles elevados de BACE1 en comparación con las muestras de cerebro de pacientes que no padecían Alzheimer. Esto, en opinión de los autores, sugeriría una relación inversa.
Cuando las dos proteínas (GGA1 y GGA3) están a niveles normales, estas actúan como “equipos de limpieza” en el cerebro, regulando la eliminación de encimas BACE1 y facilitando su transporte a los lisosomas de las neuronas. Las lisosomas son la zona de la célula cerebral donde se deshace y se elimina el material celular sobrante. Así, GGA1 y GGA3 actúan conjuntamente para regular BACE1 después de un traumatismo.
En un segundo experimento con ratones transgénicos (los ratones habían sido modificados para expresar niveles reducidos de GGA3) se observó que una semana después de sufrir traumatismo cerebral, los niveles de BACE1 y de beta-amiloide seguían siendo elevados, aún cuando los niveles de GGA1 habían vuelto a la normalidad. Estos resultados sugerirían que los niveles reducidos de GGA3 serían los únicos responsables del aumento de los niveles de BACE1 y por tanto de la producción sostenida de beta-amiloide que se observó durante la fase sub-aguda (siete días después del traumatismo.)
Esta interacción, comentan los autores, podría ser aprovechada para el desarrollo de un fármaco que regule la enzima BACE1, reduciendo así la deposición de beta-amiloide en los cerebros de las personas con Alzheimer.