El alzhéimer es una de las enfermedades más incapacitantes que puede sufrir el ser humano, porque, por desgracia, sus síntomas son tan amplios y variados que abarcan no solo al área de la memoria, sino a otras muchas como el lenguaje, la atención, la coordinación, el cálculo, la concentración…….. y en etapas más avanzadas, afecta a funciones tan básicas como la marcha o la deglución.
Actividades tan simples, como beber un vaso de agua, para los afectados supone algo tan difícil como escalar el mismísimo Monte Everest.
Por eso, desde mi experiencia como psicóloga de la Asociación de Alzhéimer “Tierra de Barros”, solo puedo hacer un llamamiento a la sociedad para que aprendan a ver esta patología como algo más que un problema de desmemoria.
Desde aquí, y tras pasar 20 años de mi vida profesional compartiendo horas y horas con los enfermos y sus familiares, lanzo un grito de ayuda, de apoyo y de comprensión para que quienes sufren esta horrible enfermedad, nunca más se sientan solos. Para que noten el calor y el afecto de todos, para que no piensen que esta lucha titánica que les ha tocado vivir, es insoportable.
Si algo me han enseñado estos 20 largos años es que las muestras de afecto, de cariño, de comprensión y de amor, a veces pueden curar más y mejor que cualquier otra herramienta terapéutica.
No hay mayor paz para un corazón herido y cansado, que el saber que no está solo, porque, como decía el título de uno de los primeros libros que leí sobre la enfermedad de alzhéimer, “La memoria está en los besos”.
Y esa es quizás una de las funciones más difíciles de realizar en el ámbito psicológico, el ser capaces, como profesionales, de demostrar a los enfermos y sus familias que no están solos, que esa lucha que la lotería de la vida les ha asignado, no la van a librar sin una mano amiga que les apoye y ayude en los momentos más complicados y difíciles.
No quiero terminar esta crónica sin agradecer de todo corazón, la oportunidad que se me dio en su momento para poder realizar uno de los trabajos que más me han enseñado en mi vida profesional; Porque sí, han sido ellos, mis “abuelos”, como les llamamos cariñosamente, los que día tras día, me han ido enseñando lecciones de vida tan imprescindibles como el valor de la alegría, de las sonrisas compartidas, de la generosidad, en definitiva, todo este tiempo me han regalado una lección de amor incondicional que siempre llevare en mi corazón.
Mi vida no sería igual sin ellos, sin sus familias, y por supuesto, sin mis compañer@s y amig@s, que son inmensamente grandes, como profesionales, y lo que es aún más importante, como personas.
GRACIAS DE TODO CORAZÓN, Y A POR MUCHOS AÑOS MÁS AL LADO DE LOS QUE YA NO PUEDEN RECORDAR.
M. Magdalena Galindo Díaz.
Psicóloga de Alzhéimer “Tierra de Barros”