-¿Por ejemplo helado? ¡A la abuela le encantan los helados de fresa!
-¡Eso es, un helado de fresa! -dijo la madre.
La primera vez que visitaron a la abuela en la residencia, Eleanor tuvo ganas de llorar.
-Mamá, casi todas las personas van en silla de ruedas -dijo.
-Tienen que hacerlo. De lo contrario se caerían -le explicó la madre-. Por cierto, cuando veas a la abuela, sonríe y dile qué tiene buen aspecto.
-Tienen que hacerlo. De lo contrario se caerían -le e madre-. Por cierto, cuando veas a la abuela, sonríe y dile que tiene buen aspecto.
La abuela estaba sentada sola en un rincón de la sala que llamaban solario. Miraba los árboles por la ventana.
Eleanor la abrazó.
-¡Mira, te hemos traído un regalo, tu preferido, un helado de fresa! -dijo.
La abuela cogió el envase y la cuchara y empezó a comer sin decir una palabra.
- Estoy segura de que le gusta, querida -le aseguró su madre a Eleanor.
- Pero parece que no nos conoce. Se sentía decepcionada.
- Hay que darle tiempo. Está en un nuevo ambiente y tiene que adaptarse.
Sin embargo, la siguiente vez que la visitaron ocurrió lo mismo. Se comió el helado y les sonrió, pero no dijo nada.
- Abuela, ¿sabes quién soy? -preguntó Eleanor.
-Eres la niña que me trae helado -dijo la abuela.
-Sí, pero soy también Eleanor, tu nieta. ¿No me recuerdas? -insistió, abrazando a la anciana.
La abuela sonrió débilmente.
-¿Si te recuerdo? Claro que sí. Eres la niña que me trae helado. De repente, Eleanor comprendió que la abuela nunca la recordaria. Vivía en un mundo propio, un mundo de oscuros recuerdos y de soledad.
- jAy, cómo te quiero, abuelita! -dijo.
Entonces Eleanor vio como una lágrima rodaba por la mejilla de su abuela.
- El amor -dijo la anciana-. Recuerdo el amor.
- Ya ves, querida, eso es todo lo que quiere -dijo la madre- AMOR.
- Entonces le traeré su helado todos los fines de semana y la abrazaré aunque no me recuerde -aseguró Eleanor .
Después de todo, era más importante recordar el amor que el nombre de alguien.”