- Tomar conciencia de que para cuidar bien “tengo que cuidarme”. Y añado, eso no es un acto egoísta.
- Buscar información sobre la enfermedad y los recursos disponibles.
- Organizarse la vida cotidiana contando con los otros miembros de la familia. Planificar las actividades y adelantarse al futuro sin agobiarse.
- Dejar un espacio diario para sí mismo: para sus relaciones familiares, sociales, tiempo de ocio y aficiones.
- Cuidar su propia salud: comer, dormir, hacer ejercicio de forma regular, evitando el tabaco y el alcohol. Adoptar posturas correctas a la hora de movilizar al paciente, empleando las ayudas técnicas necesarias. Aprender y aplicar técnicas de relajación.
- Saber pedir ayuda a familiares, amigos, profesionales sanitarios, recursos sociales y asociaciones de familiares. Una ayuda concreta y explícita desde el principio, evitando esperar a “cuando ya no puedo más”. No pensar que es el único que sabe cuidar bien a su familiar.
- Mejorar la relación y comunicación con el enfermo, teniendo paciencia, respeto, sentido del humor y hacerle sentir útil con pequeñas acciones.
- Identificar las situaciones que causan más estrés; ser capaces de analizarlas y de buscar soluciones razonables.
- Afrontar las reacciones emocionales que se experimentan, aceptándolas como normales. Reforzar los sentimientos positivos y comentar con otras personas los negativos.
- Automensajes positivos “Soy capaz”, “Lo hago bien”, “Encontraré una solución”, “Me premiaré por el esfuerzo”. Descubrir nuevas cualidades de uno mismo. Fomentar la autoestima.
- Saber poner límites al cuidado, puesto que el paciente, sobre todo en las primeras fases puede ser muy exigente. La persona cuidadora debe aprender a decir no.
- Darse cuenta de los síntomas que pueden significar el inicio del síndrome de sobrecarga: cefaleas, dispesia, insomnio, falta de interés por sí mismo y sus aficiones, aislamiento de otros familiares y amigos, abuso de alcohol y tabaco, labilidad emocional, irritabilidad, etc.
Psicología Alzheimer.
Rosa Ana García.