Estoy jubilado aunque no quiero estarlo. Tengo ilusión por la vida y –aún a mis 65- ganas de cambiar el mundo. Confío en que se puede hacer y es más: tengo un plan para para ello.
Creo que falta magia en el mundo y nosotros, los maestros, tenemos un poder privilegiado. Me duele pensar que la vida está dividida en edades, detesto la expresión “es cosa de niños” y la gente que se ha hecho mayor de espíritu. Pero ya me he cansado de gritarlo, ahora lo llevo por dentro. Me siento incomprendido, frustrado, desencantado. Y mi única esperanza o vía de escape está en los niños: ellos aún tienen esa ilusión y todavía se les puede decir que la magia existe sin que frunzan el ceño. A pesar de todo sigo vivo por dentro y me juré a mí mismo que sería feliz y que mis inquietudes morirían el mismo día que yo lo hiciera.