Un poema de José Luis Bragado García sobre la Enfermedad de Alzheimer
Sonríes con bondad, de puro bueno, sin comprender nada.
La noche se hace profunda,
-enredadera de frases incomprensibles-,
como preludio nebuloso del sueño eterno.
Por la vereda -ya estrecha- de la vida,
una luna negra te secuestra los recuerdos.
Bebes instantes circulares con taciturnos tragos
de luminosa sombra, de amargo artificio.
En los hospicios de las tinieblas, bálagos ahumados
te han segado las vivencias del pasado.
-Se desliza, despiadado, el otoño de la vida, con sutil fatalidad-.
Nadie vio desembarcar al alzhéimer
con la primera luz del otoño.
Fue un amanecer sin recuerdos,
pleno de arrebatos cercanos y soledades urgentes.
Todos los años enmudecieron en el horizonte de tus ojos,
como trigales calcinados en la desnudez del alma.
Minucioso, el destino, distorsionó el color del cariño,
acrecentando -maldito- la angustia del miedo,
envolviendo, de trémulo vacío, tu ausente cabeza.
Desde aquel amanecer de distancia y olvido,
mimo sus canosos cabellos con mis dedos,
acuno celestes caricias de rebeldes claridades,
sólo es, bálsamo de amor, en el poso de la carne.
La tristeza se arropa con anhelos desterrados.
Es el cruel olvido de aquella casa,
cargada de familia, vacía de rencores,
amueblada con ternura.
-Fiel inventario de dichas y cariños-.
Tus manos, padre, siempre olieron a aurora.
Con tu cariño, espantabas los miedos y sus afluentes,
las angostas costaneras de las noches sin luna.
Los animosos brazos de ágiles proezas,
apartaron de mí la herrumbre de todos los peligros.
Protector de eternidades, con lúcidos consejos,
perfilaste mi camino con versos historiados;
henchidos de madurez sonora,
colmados de visceral ternura.
Así es ahora mi padre, todo candidez.
Un hombre varado, curtido por vivencias y peligros,
que sobre el aliento de un tapial encalado,
deletrea frases de urgencia sin horario.
Un hombre que acuña desmemoria
entre los rumores de la piel.
Marinero curtido zozobrando
en la ondulante cordillera del olvido.
Y al que sin piedad escarchada,
mordió la noche su generosa existencia,
vida callada, libre, sosegada;
siempre altiva, como el alma de Castilla.
Yo sé, padre mío, que el frágil talle de tu memoria
es un apenado rumor por arrabales desvelados.
Pero en los desvanes escarnecidos de tus sonrisas
crecen auroras y ocasos infinitos de cariño.
Y en las arrugas de tu cara, -encrucijadas de vida-,
aún galopan sudores salados por los quebrados años
de vendimias de sangre, sudor y lágrimas.
Sonríe padre, porque cuando sonríes,
un licor de azucenas embriaga mi garganta.
Son promesas de luna que detienen el tiempo;
nidos de palabras,
susurro de suspiros de mi lejana infancia.
Escribe sobre los espejos de mi alma, padre,
aunque sea con tus manos rugosas de tristeza.
Escribe como temblor aterido de alegría,
pues será para mí,
el último recuerdo del limo de tus verbos,
estrofas engrandecidas por el regalo de mi existencia.
José Luis Bragado García. (Facebook)
Gracias Marisol Tundidor Gago