Abrí la puerta; como siempre, a las seis llego de mi trabajo.
–Hola, ¿hay alguien en casa?– Sin respuesta, busco en las habitaciones. En el salón, mi amor estaba con los ojos cerrados. Pensé que dormía. De repente, sus ojos azules se clavaron en mí.
–¿Qué ocurre?, no me asustes– le dije.
–Abrázame –me susurró al oído–, prométeme que me amarás siempre.
–Claro, no lo dudes.
Ella seguía cerca de mi oído.
–Tengo angustia, quiero que me abraces con fuerza, que nunca olvide, ni en el peor momento, esta sensación. Cuando haga preguntas que te confundan, te grite sin motivo, viole tus sentimientos más profundos, te pregunte quién eres y tus respuestas no llenen mis dudas, cuando en plena noche me encuentres llorando en el pasillo mirando una foto que no comprenda. Ámame, llévame en brazos a la cama, cuéntame un cuento de hadas y abrázame. Cuando lo único que recuerde sea un pasado en el que no existes tú, dime que eres un paladín que viene a rescatarme de mi dueño malvado. Cuando llore desconsolada, sécame las lágrimas con besos que para mí serán extraños, pero seguirán siendo eso, besos. Prométeme que me amarás y seguirás estando en mi tiempo sin recuerdo. Si estás, desde ahora, no tendré nunca miedo.
La miré a los ojos.
–Seré quien te abrace y te lea un cuento, te arrope en las frías noches. Seré siempre un amor nuevo que llene tu vida. No sufras. Recuerda, aun sin recuerdos, los abrazos y miradas en un tiempo que sin serlo llenaré de amor.