Desde que yo era pequeña, toda la familia hemos acompañado y vivido con ellas ésta enfermedad.
Me cuentan los primeros brotes de Josefina: todos los días me llevaba y me recogía de la guardería, pero me recogía una hora antes, a la directora le sabía mal y me dejaba salir. Luego tardábamos siglos en llegar a casa. Todos los días nos compraba rosquilletas, con lo cual luego no nos apetecía comer… se paraba a hablar con el policía, con la quiosquera… todos los días compraba plátanos en el ultramarinos…
Quizá muchas familias se hayan avergonzado de éstos familiares, porque les han dejado en ridículo, porque hacen locuras… pero yo ¡todo lo contrario!
Conforme la enfermedad avanza, ves cómo tu abuela, poco a poco, deja de caminar, de hablar y comienza a comportarse como un niño, como un bebé.
Cuando la enfermedad de Amparo estaba ya en lo más alto, ella estaba siempre tumbada en la cama, sin poder moverse. Todo estaba adaptado para ella, todo se lo hacían, y entre estas personas que la ayudaban constantemente, a todas horas, estaba mi abuelo, su marido.
Un día le dijeron a mi abuelo: "Luis, déjala, si no sabe ya ni quién eres" y entonces él les respondió: "Ella no me conoce, pero yo a ella sí que la conozco". Admiraba a mi abuelo por todo lo que hacía desde hacía mucho tiempo, pero cuando me contaron eso, decidí tenerlo como ejemplo en mi vida. Parecerá muy cursi, pero me recuerda mucho a la película "El diario de Noa".
Mi abuela, como ya he dicho, era como un bebé recién nacido. No podía expresar nada, pero a la mínima caricia, beso, sonrisa, se veía en su cara una expresión de agradecimiento inmenso, una pequeña sonrisa indescriptible, y en su mirada, el profundo amor que nos tenía.
El día de su muerte nos lo avisaron con varias horas de antelación. Gracias a ello, pudimos reunirnos toda la familia en sus últimos momentos. Los niños pequeños le daban besos, y el resto estábamos con ella acompañándola. Hasta que llegó el momento y se murió. Al cabo de dos días, después del funeral, fuimos todos a casa de mis tíos, cenamos juntos, contentos porque la abuela se había marchado al cielo.
Ésta desgracia nos unió a toda la familia, tanto los mayores, como los pequeños, tanto los que viven fuera, como los que no; pero fue un momento de unión para todos.
Muchas familias han "abandonado" a sus familiares con alzheimer en residencias por la gran carga que es. Es así, pero en mi familia no podíamos haber hecho cosa mejor que tenerlas en casa, hemos aprendido muchísimas cosas con ellas y de ellas.
De toda ésta historia del alzheimer en mi familia, he sacado una cosa muy importante: da igual lo que te transmitan las personas cercanas, estén enfermos o no, pero hay que quererlos tal y como son.
Por BELÉN PERALES
Fuentes:padresonones