Miércoles, 31 Julio 2024 16:28

CEREBRO Y CULPA

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cerebro y culpa

 

La culpa es un sentimiento o sensación interna muy frecuente en los cuidadores principales. Esa sensación repetitiva de haber hecho algo malo, de no cuidar lo suficientemente bien, de no darlo todo, de no tener derecho a experiencias o emociones agradables durante este proceso de cuidar, de haber incumplido con una expectativa interna o externa, de no haber sido fiel a uno mismo, de haber traicionado nuestros valores fundamentales, y un largo etcétera. Según la ciencia, la culpa en nuestro cerebro activa un circuito de recompensa. Ya que las personas que a menudo se sienten más culpables, son más cumplidoras y responsables activando la aprobación de sus actos.

Por otro lado, un estudio realizado en la Universidad de Harvard ha comprobado cómo las huellas dolorosas se quedan grabadas en el cerebro activando sobre todo la amígdala, el núcleo del miedo y la corteza visual. Por el contrario, cuando las experiencias dolorosas se procesan correctamente, pasan a formar parte de una experiencia narrativa y activan fundamentalmente el área de Broca, que es la responsable del lenguaje.

 

¿Cómo podemos superar la culpa?

Para gestionar la culpa de una manera sana o adaptativa, podemos llevar a cabo distintas acciones.

- Aprender de los errores. Si por cualquier razón, sentimos que nos hemos equivocado, flagelarse no parece una proporcione soluciones. Aprender nos permite cambiar y avanzar.

- Relativizar. No hagamos que algo sea más grave o grande de lo que es, intentemos dar la importancia o el valor adecuado a lo que sucede.

- Separar los pensamientos de la realidad. Nuestros pensamientos no son la realidad. El hecho de que existan no los convierte en reales. La importancia que les demos puede variar nuestras emociones.

- Asumir la responsabilidad que nos corresponde. Ni más, ni menos. En su justa medida.

- Expresar emociones y sentimientos. No expresar lo que sentimos puede crearnos un enorme malestar o que podamos acabar haciendo algo que realmente no queremos. Reprimir las emociones nos desgasta más que el sentirlas y que acabemos explotando.

- Aprender a perdonarnos. Si no existe la intención de hacer ningún daño o de que algo malo ocurra, pero sin embargo finalmente se produce, es sano que aprendamos a perdonarnos. Equivocarse, errar o tomar decisiones que no resultan en lo que esperábamos es algo habitual. No somos perfectos y está bien.

- Pedir disculpas si es necesario. Poner fin a la situación, aceptando el dolor que conlleva, pero siguiendo adelante con la propia vida.

- Decir las cosas con asertividad. Una forma de comunicación que consiste en defender nuestros derechos, expresar opiniones y realizar sugerencias de forma honesta, sin caer en la agresividad o la pasividad, respetando a los demás, pero sobretodo respetando nuestras propias necesidades.

 

Rosa Ana García.

Psicología Alzheimer.

 

Fuente: PsicoNess.

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