El síndrome del cuidador, como hemos hablado de él en muchas ocasiones produce una situación de burnout o síndrome del cuidador quemado, que se ve reflejado en los siguientes síntomas: Problemas para conciliar el sueño, cansancio permanente, estado de ánimo irritable o hipersensible, falta de motivación por las propias aficiones y aislamiento social, fatiga física manifiesta en contracturas musculares persistentes, consumo de ansiolíticos y/o antidepresivos, ansiedad crónica.

Como solemos decir, la calidad de vida de la persona con Alzheimer depende en gran medida de su cuidador o cuidadores. Por este motivo, es de gran importancia que la persona que asume el mayor peso en el cuidado del enfermo, también se cuide y sepa pedir ayuda. 

Todas las personas tenemos a nuestro alrededor gente que estaría dispuesta a echarnos una mano. A veces únicamente hace falta pedírselo para que se muestren encantadas de ayudarte.

Familiares directos, amigos de la persona con Alzheimer, amigos del cuidador e incluso vecinos y conocidos. El primer paso (y a veces el más difícil), es reconocer que te encuentras en una situación complicada que supera tus posibilidades. No hay que sentirse mal por ello, pues el Alzheimer es una enfermedad que provoca situaciones muy duras para los seres queridos de las personas que la sufren. A partir de ahí, es probable que observes sorprendido que la reacción de tu entorno es muy positiva.

Como cuidador, seguro que sabes que cualquier ayuda es buena; una visita de quince minutos te puede proporcionar ese momento de descanso y desconexión que tanto necesitas. Que te acerquen la compra a casa puede ser un gran alivio y suponer una gran mejoría en tu planificación. Y que te traigan de vez en cuando comida preparada para ti o para la persona a tu cargo es un pequeño tesoro. Además, de no olvidar la red de apoyo que garantiza las Asociaciones de Familiares y enfermos de Alzheimer, orientadas a la mejora de calidad de vida de familiares y pacientes.