
A medida que avanza una demencia, pueden aparecer dificultades en la gestión del dinero: confusión con los billetes, olvidos de pagos, desconfianza hacia los familiares o incluso una fuerte obsesión por el control económico. Estos cambios no son caprichos, sino síntomas del deterioro cognitivo, especialmente cuando se ven afectadas funciones como la memoria, el juicio o la capacidad de planificación.
Para las familias, esta situación puede ser muy delicada. Por un lado, quieren proteger al familiar y evitar fraudes o pérdidas; por otro, desean respetar su autonomía y evitar discusiones. Encontrar el equilibrio entre ambos aspectos requiere comprensión, paciencia y algunas estrategias prácticas.
El dinero suele tener un valor simbólico muy fuerte: representa independencia, control y seguridad. Cuando la persona empieza a perder facultades y nota que otros gestionan sus cuentas, puede sentir que pierde parte de su identidad o de su papel dentro de la familia.
Por eso, no es raro que aparezcan frases como: “me han robado”, “yo quiero seguir pagando mis cosas”, “no me fío de nadie con mi dinero”... Estas ideas, aunque dolorosas, son parte del proceso y no deben interpretarse como desconfianza real hacia los familiares, sino como una forma de expresar miedo y necesidad de control.
La obsesión por el dinero no es un rasgo de carácter: es un síntoma del proceso neurodegenerativo. Lo más importante no es convencer, sino acompañar con calma y empatía. El objetivo es que la persona se sienta segura, respetada y partícipe, aunque su capacidad real de gestión sea limitada.
Ayudar a una persona con demencia a manejar su dinero no significa quitarle autonomía, sino adaptarla a sus capacidades actuales. Con estrategias adecuadas y una comunicación empática, es posible mantener su dignidad y evitar sufrimiento innecesario —tanto para ella como para la familia.